28 mar 2018

cómo comer

ay cristo jesús maría
en un plato de cristal
me trajo la sopa fría
el mesero de un local

ay cristo, jesús, maría
dame de tu bendición
tengo antojo de sandía
tengo antojo de melón

ay cristo, jesús, maría
san pedrito y san josé
ven y dame la comía
que cómo comer no sé

13 mar 2018

te la sacudí mientras meabas y me mojaste toda la mano
quizás fue culpa mía pero prefiero echártela a ti
me tuve que secar con confort porque no había toallas
después desapareciste. te busqué por todo el mall

me talaste la selva y me sacaste oro

quedé casi mutilada
me partiste las piernas
me invadiste cual colono
y atracaste en mi selva virgen

no descubriste un nuevo mundo
tan sólo me invadiste
y me sacaste oro a lo loco
destruyéndome toda la cueva

quedé casi mutilada
fragmentada en mil fronteras
saqueada, maldita y triste
y con un llanto que llega al mar

no descubriste un nuevo mundo
tan sólo me invadiste
fragmentada mi alma queda
saqueada, maldita y triste

regurgitación

he hincado el diente
en la teta de mi madre
y ahora en una pichula
que acaba en mi frente.
he hincado el diente
con un hambre de locos,
he batido un huevo
y chupado los cocos.

12 mar 2018

unschuld

Invierno, junio, julio, agosto, no sé en realidad. Afuera de la ventana solo hay barro y descoloridos edificios. El barro abunda porque anoche hubo lluvia y como no nos ganamos el proyecto de pavimentación para la villa, otra vez tenemos que aguantar al igual que los techos sobre nuestras cabezas dejan escurrir la miseria un invierno más.
Preferimos tu casa, hay menos reglas. ¿Será que desde acá no se ve mi departamento, que me siento más "libre"? Me acuerdo que nos quedamos en la pieza del final, la más grande, la que en todas las casas era la pieza designada para los papás. En este caso era la de tu mamá y su pololo, ese que te obligaba a decirle "papito" como una especie de nombre cariñoso, como para autoconvencerse que aunque le pegara a tu mamá lo querían igual.
Jugábamos una vez más a la familia. Pensándolo bien, era recurrente en nosotras jugar a la familia, o a la casita, nos gustaba porque así saboreábamos lo que era una familia bien constituida. Somos tres. Tú siempre el papá, tu hermana chica siempre la guagua y yo lo que resta, aunque sinceramente no me molesta. 
Era el frío o el volumen del televisor lo que nos hizo cerrar la puerta. "La guagua está llorando, cámbiale el pañal", me dijiste con voz grave. Era normal, digo, mudar a la guagua, darle besos al papá, lo veíamos en la tele todo el tiempo, así que era normal. Por eso ni tú ni yo entendimos por qué tu mamá se espantó tanto al vernos y me sacó rápido de tu casa. Tampoco entendí mi vergüenza ni la cantidad exagerada de culpa que sentí, ni por qué no le conté a mi mamá la razón por la cual ya nunca más volví a tu casa. No supo que ese día llegué con los zapatos llenos de barro y los ojos hinchados. Trabajaba hasta tarde, lo que me dio tiempo de limpiar todo rastro de ese día. 
Al poco tiempo te cambiaste de casa porque tu mamá tenía un pololo nuevo. Nunca te olvidé, ni a ese día, fatídico día en que se abrió un mundo nuevo para nosotras. Uno lleno de culpabilidad y responsabilidades. Ese día se produjo el quiebre de nuestra ingenuidad, pero no siento que hayamos sido nosotras las responsables de aquello, ni que haya habido una pérdida sino, más bien, siento que ese día se nos fue arrebatada nuestra inocencia, querida amiga.